domingo, 5 de enero de 2014

El Llano y El Muelle




La primera camioneta que nos llevaría a la laguna de Mitla, en la zona de la Costa Grande de Guerrero, no arrancó. Pabi, el esposo de Lucy, mi prima, alcanzó a un conocido suyo para que le prestara su camioneta, la de la vidriería Alexis. El dueño accedió y se regresó, a donde fuera, a pie. Nos subimos a su camioneta roja que Pabi le comprará "en 9 mil, en pagos". Buen regate: se la querían vender en 15 mil.



Nelson, Mario, Emilio, Raymundo, Paul, Pabi y yo avanzamos cerca de 8 kilómetros en la carretera federal que lleva a Hacienda de Cabañas, población que todavía no se recupera de la tormenta Sandy. En vez de llegar ahí giramos a la izquierda, hasta donde termina el pavimento y comienza la terracería que lleva a El Llano Real, una planicie donde bungalows tubulares abandonados comparten paisaje con el océano pacífico a un lado; y matorrales, algunas vacas y cactus que brotan de la tierra como si fueran tarántulas verdosas.
(Las orugas de concreto merecen historia aparte: nunca fueron habitadas porque resultaron una estafa. El empresario las construyó en suelo federal. Espero escribir más a fondo sobre ello en un futuro.)




Cinco kilómetros más adelante, un sencillo anuncio de "El muelle", patrocinado por una cervecería, hace que Alexis gire a la izquierda y, poco más de mil metros adelante, estamos en una enramada con vista a la laguna de Mitla. El Muelle es más bien una referencia, pues sólo quedan ruinas.

-¿De Guadalajara? Sí pues, se te escucha en el hablar-. Me dice uno de los encargados luego de que le preguntara por los precios: el del pango para remar y el de los pescados "para arreglar" en caso de que pescáramos enormes mojarras mediante el método de la tarraya.


Paúl y Pabi se encargaron de la pesca y el resto de nosotros a pasear por la laguna a bordo del pango, una estrecha lanchita de tracción humana. Eventualmente les llevábamos cerveza para motivarlos.
Después de varios intentos de ellos y los brazos entumidos de nosotros por tanto remar, emprendimos el regreso a la orilla. La cosecha: 9 charritos que apenas alcanzaban los 12 centímetros cada uno. La media de estos turistas es de 80 kilos. Sería como degullir una bandejita de charales.




Le dijimos a la encargada de la cocina, una morena con peinado afro, que mejor nos surtiera de su pescado. Se subieron ella y dos niñas a otra lanchita con dirección a su trasmallo. Regresaron con 3 docenas de mojarras que apenas murieron en el trayecto hacia la cazuela donde hicieron chillar el aceite de la cazuela donde fueron a dar.

También tortearon: a dos pesos la tortilla luego del regateo de Paúl y Pabi (¿Quién más, pues?). Acompañamos con salsa de chile.verde, limón y cerveza.

368 pesos por todo. Ojalá y no llegue el progreso a este lugar.

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