jueves, 5 de diciembre de 2013

Las costras de Berlín: la visión de un local




"Londres es una ciudad en la que sólo tienes una oportunidad de triunfar y muchos jóvenes que vienen de Nueva York no se pueden dar ese lujo, por lo que mejor llegan a Berlín", me cuenta Ranty, minutos después de haberme abierto las puertas de su departamento en el este de la ciudad que "nunca es pero siempre se convierte".

Platicar con Ranty,  un periodista de 38 años de edad -aunque no los aparenta-, es lo ideal para enterarse, a vuelo de pájaro, sobre la ciudad menos hostil con sus jóvenes: la universidad no cuesta, la renta es mucho más baja, el transporte público accesible  -y poco vigilado: si tienes suerte puedes viajar trayectos de ida y vuelta "gratis", sin que te cachen- y un aura de creatividad impulsado, tal vez, por la facilidad de deshacerse de costras que causaron daño en el pasado.

Eso ya me lo había comentado Alicia Caldera, autora de un reportaje radiofónico fenomenal en cuatro entregas llamado "Rekonstruktion", sobre el proceso de poner a Alemania en marcha una vez que cayó el muro de Berlín. El lado este de la ciudad tenía que repoblarse y el gobierno decidió apostarle a eso.

"Sin embargo, cuando estos lugares se vuelven cool, ocurre la gentrificación", apuntó Ranty, cuando le comenté sobre la Ciudad Creativa Digital en Guadalajara. Encontró ciertas similitudes en lo que pasó en una parte del río Spree, donde, de no ser por un grupo de activistas, empresas como MTV y Universal, hubieran privatizado el acceso al río cuando caminar a las orillas de este debe ser en su totalidad.

Mientras comíamos pasta y su bebé dormía, hablamos de nuestra profesión, de la violencia en México -¿cuándo nos preguntarán de nuevo por el indito recargado en un cactus?- íbamos y volvíamos de Londres; pasábamos por India, de donde es su padre, le mostré el video "Carmensita", de Devendra Banhart, y murió de risa ante tanto cliché sobre los indios y luego le dije, en pleno clímax de los temas de azar, que jamás había conocido a ningún musulmán.

"Bueno, técnicamente, soy musulmán".

Sí. Para efectos narrativos, omití que su apellido es Islam. ISLAM. Así aparece en el panel de botoncitos del interfón del edificio de apartamentos donde viven. También había omitido preguntarle porque islam puede ser un apellido común, ¿no?

No.

En tiempos en que India tuvo un conflicto separatista provocado por desacuerdos religiosos -"mi dios puede convertir agua en vino con más taninos que el tuyo", supongo que por ahí va la disonancia-, los ancestros de Ranty recurrieron a una de las pocas tácticas que podían servirte de protección para no morir asesinado: que tu apellido indicara la religión que practicas. Así, desde entonces, el linaje de los Islam de la India, ha pasado de generación en generación pero de una manera más bien secular -si me quité los zapatos a la entrada de su casa es porque estaban puercos y su departamento está alfombrado casi en su totalidad-: su papá no es practicante ortodoxo y ni Ranty ni sus dos hermanos hacen todo lo estereotípico de un musulmán.

Ranty y su novia, Sabrina, quien llegó cuando ya habíamos terminado de cenar, son dos europeos que se agregan a mi lista de los que intuyen que no han visitado México aunque hayan estado en Cancún.

Al final, Ranty me dio una chela caminera (Wegbier). Dicen que es una tradición alemana, el anfitrión te da una bier, por ejemplo, una Berliner, y te la vas tomando camino en la calle y, si traes tantita menos vergüenza, en el transporte público. "A nadie le importa, Berlín es muy mexicano", concluyó, me despedí y salí a la calle a tomarme una chela en el frío berlinés.

Agradezco a Ral Acosta por propiciar este encuentro con esta sonriente persona

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